Prisioneros del sí
Sin embargo, sería injusto no reconocer la impagable contribución de Iniciativa per Catalunya y Convergència i Unió en este proceso. Ya se sabe que para que los grandes nombres brillen es preciso rodearles de un conjunto de secundarios notables, y este papel, en el caso del Estatut, lo han interpretado con magistral talento tanto el partido que se ha erigido en correveidile del PSC como los regionalistas de CiU. Por eso ofende el cinismo de Joan Boada, de ICV, cuando dice que “el 73% de los votos que ha obtenido el sí servirá para negociar con fuerza en Madrid”. ¿Y por qué no negociaron con fuerza antes, cuando tenían el 90% surgido del Parlamento de Cataluña?
Para darnos cuenta de la magnitud del fraude de que ha sido víctima la sociedad catalana, basta observar como este Estatut no resuelve ninguno de los problemas que motivaron su redacción. No reconoce a Cataluña como nación y le prohíbe la representación de sí misma ante la Unión Europea, no la dota de una Agencia Tributaria propia y prolonga indefinidamente el expolio fiscal que padece, no faculta la soberanía de su Tribunal de Justicia y le niega sus derechos históricos, no equipara en derecho la lengua catalana a la española y cierra las puertas a las selecciones nacionales, tampoco admite la proyección internacional de Cataluña o la gestión de sus propios recursos e infraestructuras y le impide el ejercicio democrático del derecho a decidir por sí misma. Y esto es así, porque de lo que decidió Cataluña el 30 de septiembre de 2005 no ha quedado absolutamente nada.
Para ilustrar el pozo sin fondo al que nos han arrojado los claudicantes catalanes, me permitirá el lector que ponga a mis propias hijas –y con ellas a toda su generación- como ejemplo, una con 28 años y la otra con 30. El nuevo Estatut las condena a reivindicar en el año 2036 el texto original que el Parlamento de Cataluña aprobó en el 2005. Es decir, que cuando tengan 60 años tendrán que batallar por los mismos derechos que ya ahora deberían ejercer. Y ahora aun quedan 60 competencias de 1979 por transferir. Lo más triste de este lamentable espectáculo han sido las mentiras institucionales y la manipulación mediática. Y no me refiero a la burla de Zapatero diciendo que “el Estatut aprobado por el Parlamento de Cataluña era peor”, sino a la desvergüenza de Pasqual Maragall afirmando que “Cataluña tiene el Estatut que deseábamos”. Ello demuestra hasta qué punto el texto que se aprobó en el 2005, así como la comedia de su paso por el Consell Consultiu de la Generalitat, eran una farsa que tenía como principal hacedor al propio Maragall.
La victoria del sí, no hay duda, es indiscutible. Pero una cosa es la legitimidad legal y otra la legitimidad moral. Si este era “el Estatut que los catalanes deseábamos”, ¿cómo es que más de la mitad de los votantes se quedaron en casa? ¿Cómo es que las calles no se llenaron de júbilo y las bases de los partidos claudicantes no saltaron de alegría interrumpiendo los discursos de sus líderes al conocerse los resultados? Digo esto porque es justamente esa misma desolación la que ellos habrían utilizado como excusa para deslegitimar el triunfo del no en caso de haberse producido. En este sentido, en el de la abstención, es alentador comprobar el fracaso parcial de los claudicantes después de haber sometido a la sociedad catalana al lavado de cerebro más espectacular de toda su historia. Ni siquiera con la unión de todos los poderes fácticos del país, incluidos todos los medios de comunicación –cosa que demuestra que el sí era el voto conservador, el voto lampedusiano-, así como el recurso de la demagogia y del engaño más descarados, consiguieron convencer a la mayoría de los catalanes que lo que se votaba el 18 de junio tenía algún valor.
Capítulo aparte merece el patético espectáculo de una Cataluña profundamente españolizada cuyo presidente no sólo está a las ordenes del presidente español, sino que es éste quien, tras llamarle a su despacho, le dice si debe o no debe presentarse a la reelección. Conviene no olvidar que fue Zapatero, no Maragall, quien destituyó a Carod y que fue también Zapatero quien pactó el Estatut con Artur Mas, el paradigma catalán del político ávido de poder. Jamás Cataluña había caído tan bajo. Es probable que algún lector indique que fue Esquerra Republicana quien situó al PSC en el gobierno, y tendrá razón, pero ¿era acaso mejor la alternativa? ¿Hay alguien en Cataluña que crea realmente que Artur Mas es un catalanista? ¿Hay alguien realmente imparcial que crea que podía esperarse algo de un personaje capaz de traicionar a su país con el fin de satisfacer su afán de ser presidente?
Pase lo que pase en las próximas elecciones, será muy interesante comprobar como los claudicantes defensores del sí se convierten en prisioneros de su propia ambición. El tiempo será su principal enemigo, ya que nada como el paso de los días dejará tan al descubierto la magnitud del fraude que han cometido. Será muy interesante observarles y ver de qué nuevas mentiras se valen cuando su obra, presentada en sociedad como “el Estatuto del siglo” o “el Estatuto de otra galaxia, que ha de dar un giro copernicano a la vida de los catalanes”, se revele como lo que realmente es: el descarnado rostro de la impotencia.
Berria , 23/6/2006 (euskara)
Nabarralde , 26/6/2006 (español)
Racó Català , 27/6/2006 (catalán)
radiocatalunya.ca , 28/6/2006 (catalán)
Diari de Sant Cugat , 13/7/2006 (catalán)