La cerrazón contra el pueblo vasco

La cerrazón contra el pueblo vasco
Me pregunto que siente un español -un español demócrata, naturalmente- cuando ve las imágenes del lehendakari Juan José Ibarretxe compareciendo ante el Tribunal Superior de Justicia acusado de haber dialogado con Arnaldo Otegi. Me pregunto que siente un español cuando, gracias a un periódico británico, ve la situación en que se encuentra un ser humano que el gobierno español, tácitamente, ha condenado a muerte en el hospital 12 de Octubre de Madrid. Que sarcasmo, por cierto, que ese centro eutanásico lleve por nombre una fecha que es el paradigma del nacionalismo más abominable.

Quizá sea porque soy catalán y pertenezco a un país de profunda cultura democrática que me cuesta tanto comprender el silencio cómplice con que el pueblo español, especialmente su esfera intelectual, observa todo esto. Quizá sea porque soy catalán que no acierto a ver dónde se encuentran esos actores y actrices de izquierdas que en una famosa ceremonia de entrega de los Goya se posicionaron en favor de los derechos humanos y que ahora callan como tumbas. ¿Eran los derechos humanos lo que realmente les preocupaba o sólo se trataba de echar una mano electoral al Partido Socialista? La verdad es que llama la atención que esa gente tan sensible y humana sea la misma que ahora guarda silencio ante la vulneración de derechos básicos como la libertad de toda persona adulta para reunirse con quien desee y cuando lo desee. ¿De verdad no tienen nada qué decir esos demócratas, como ciudadanos de un Estado que criminaliza el diálogo e impone años de cárcel por opinar en un periódico?

Lo que me ofende, sin embargo, no es la perversión de los distintos poderes del Estado español, sino la aquiescencia de su sociedad. Una aquiescencia que produce vergüenza ajena porque parte del principio absolutista según el cual el País Vasco será español o no será. Esa es la raíz del conflicto, la que exige la subordinación de la nación vasca porque es en ella donde España busca la reafirmación de su identidad. Es, por lo tanto, la desconfianza en sí misma y el desconcierto ante una realidad que no comprende, lo que lleva a España a humillar a Ibarretxe, a proteger a Enrique Rodríguez Galindo y a provocar la muerte de Iñaki de Juana Chaos.

Otro tema son las delirantes declaraciones de Josu Jon Imaz diciendo que "Mi objetivo y el objetivo estratégico de este país no deben ser enfrentarse a España, debemos cautivar a España y ganar confianza en España; la sociedad vasca tiene que cautivar a la española". Es curioso, ninguna alusión al sentido inverso de esa cautivación, ninguna referencia a la necesidad de que sea España quien cautive a los vascos. Y es que el dominador no necesita cautivar, ¿para qué, si ya posee lo que desea? Imaz, no hay duda, es el vivo retrato del dependentista feliz, es el vasco con alma de esclavo que sonríe complaciente cada vez que un español le dice que no parece vasco. Cosa comprensible, por otra parte, ya que lo único que él desea es que España le ame, aunque para ello deba renunciar a ser quien es. Es el comportamiento lógico de quien, desde su condición de dominado, no tiene mayor aspiración que ser el favorito del dominador.

Dice la sabiduría popular que no deben pedírsele peras al olmo y quizá sea ese el error que catalanes y vascos han cometido. España, justo es reconocerlo, ha hecho un gran esfuerzo por democratizar sus instituciones, pero su naturaleza sigue siendo la misma. Tiene tan interiorizado aquello de "por el imperio hacia Dios" que sigue sin saber lo que significa el derecho a la autodeterminación de los pueblos. Es por ello que en su comportamiento con Cataluña y Euskal Herria hay un primitivismo grotesco, el mismo primitivismo que exhiben aquellos individuos que sólo saben relacionarse con una mujer por medio de la petulancia o la dominación. "Con las mujeres hay que tener mano dura", dicen. Y eso mismo piensan con respecto a catalanes y vascos. Ya lo decía Manuel Azaña: "es una ley de la historia de España la necesidad de bombardear Barcelona cada cincuenta años. El sistema de Felipe V era injusto y duro, pero sólido y cómodo. Ha valido para dos siglos".

Creo que se acercan momentos de gran dureza, pero que traerán consigo una vertiente positiva: la que empujará a catalanes y vascos a la independencia tras darse cuenta de que todo intento de democratizar las estructuras mentales de España es una lucha baldía contra la cerrazón. Estamos hablando de un país que ha creado una ley que conculca los derechos humanos -la ley antiterrorista- y una ley que ilegaliza la desafección a la nación española -la ley de partidos-. Estamos hablando de un país que criminaliza a un lehendakari por el "delito" de hablar con personas libres y que se dispone a juzgarlo por el sólo hecho de buscar caminos de paz a través del diálogo. Estamos hablando de un país que clausura periódicos que luego se ve obligado a reconocer como inocentes y que tortura a sus directivos como en los días más álgidos del franquismo. Estamos hablando de un país que, como una vulgar Turquía, primero condena a doce años de cárcel a un hombre por un simple delito de opinión y luego le empuja a la muerte.

Iñaki de Juana Chaos ha matado, es cierto, y me escandaliza que alguien se crea con derecho a quitar la vida de nadie, pero ya ha pagado por ello. El delito de opinión sólo existe en las dictaduras. Su muerte, por consiguiente, será un crimen de Estado, el crimen de una democracia totalitaria en la que enseñar euskera a los adultos, pedir un DNI vasco o devolver el DNI español supone decenas de años de cárcel.

Dios mío, que descanso no ser español. De hecho, debe ser porque no soy español que me resulta inconcebible tanto prejuicio en torno al pueblo vasco, debe ser porque no soy español que me resulta imposible comprender las razones de una visión tan cerril de la existencia.


Berria , 15/2/2007 (euskara)
Nabarralde , 15/2/2007 (español)
El Triangle , núm. 818, 12/3/2007 (catalán)
El Punt , 16/4/2007 (catalán)