En defensa de la librería Ona de Barcelona
No hace mucho, Quim Monzó se refirió en el momento de recibir el premio Trayectoria que le concedió el mundo literario y editorial. Y es que los hechos son más graves de lo que parecen, porque detrás hay un componente racista. No es un racismo de pigmentación, está claro, es un racismo de bajo vientre, un racismo que nace de la rabia y de la impotencia que experimenta el españolismo al ver que, después de trescientos años de sometimiento, el sometido aún mantiene las constantes vitales y se permite la osadía de tener una librería en el centro de Barcelona que sólo vende libros en catalán. ¿No es eso una provocación para un catalanofóbico? ¿No es este un modelo de librería que hay que escarnecer para que no prolifere?
La Librería Ona hace cuarenta y cinco años que existe, cuarenta y cinco años que tienen como base la catalanidad insobornable de sus promotores, liderados por Josep Espar i Ticó, y la continuidad de Jordi y Montserrat Úbeda, padre e hija que el pasado diciembre recibieron la distinción "Arraigados en la ciudad" en reconocimiento a un establecimiento que forma parte del paisaje urbano de Barcelona en la misma medida que la librería Les Voltes forma parte de el de Girona. Esta última, por cierto -también impulsada por Espar y Ticó-, es víctima de un feroz asedio inmobiliario que sólo la firmeza de Feliu Matamala, y no de la clase política, ha salvado hasta hoy de la desaparición.
Parece una ironía que unas librerías que han sobrevivido al franquismo y que, como explica Ona en su página web, "son un testimonio de la voluntad de supervivencia que nuestro pueblo tuvo que mantener para hacer frente a las agresiones constantes a qué era sometida", vean hoy amenazada su existencia. Pensemos en ello y saquemos conclusiones.
El Singular Digital , 10/4/2007 (catalán)
eurotribune.eu , 13/4/2007 (catalán, inglés, español, francés)