Ahora nos toca a nosotros (adiós a Xirinacs)
"¿Creéis que la muerte de Xirinacs servirá para que los políticos reaccionen y hagan que Cataluña dé un giro?", preguntó un señor durante los actos de la Diada del 11 de septiembre. Todo el mundo respondió que no. Era la conclusión lógica después de escuchar las declaraciones de diversos políticos y lo que ha dicho TV3. Ara resulta que Xirinacs sólo era "un símbolo de la lucha antifranquista", un hombre mayor que el paso del tiempo había convertido en un ser caduco sin ninguna conexión con la realidad. Los hay, incluso, que lo han calificado de enfermo mental, de ser alguien cuya cabeza ya no regía y que decía cosas carentes de sentido. Es una ignominia, ciertamente. Pero, bien mirado, la ignominia no debe afectarnos, porque es hija de la impotencia. La ignominia no es más que la constatación pública de las graves limitaciones intelectuales del denigrador y la demostración explícita de la gigantesca superioridad moral del ignominiado. En este sentido, el legado de Xirinacs es la respuesta a quienes, desde el poder o desde las tribunas de opinión, han hecho de la claudicación de Cataluña una norma de obligado cumplimiento. Tan ciego es su egoísmo, tan cínica es su deserción, que son incapaces de percibir el triste papel que les reserva la historia.
Hay personas que necesitan desacreditar a Xirinacs, porque él era justamente su antítesis. Son aquellos que hace ya mucho tiempo que encontraron en la subordinación a España una manera de satisfacer sus intereses personales o de partido, son aquellos que dicen que la autodeterminación es una estupidez o que afirman que los derechos históricos de Cataluña no existen o que votan en Madrid junto al PP contra la unidad de la lengua catalana o que, no hace mucho, pedían el sí al Estatuto catalán para convertirnos a todos en cómplices de un fraude histórico. Pero, mira por donde, el colapso reciente de les infraestructuras de Cataluña ha puesto en evidencia hasta que punto somos una colonia expoliada por España con el consentimiento, ya sea por ideología o por cobardía, de nuestra clase política. Es la misma clase política, con toda su corte de creadores de opinión, que nos quiere domesticados, claudicantes y sometidos como ellos; es la misma clase política que nos dice que ahora no es el momento de hablar de independencia porque hay cosas más importantes. ¿Y cuáles son esas cosas tan importantes que no tienen nada que ver con la independencia? ¿Los escaños, quizás? ¿Los cargos, la jerarquía de los partidos, la vanidad personal? Nos dirán que primero hacen falta los votos para que la plena soberanía del pueblo catalán y del pueblo vasco pueda ser una realidad. Pero no es cierto. Es sólo una excusa para justificar el inmovilismo. Es la clase política la que tiene la obligación de concienciar a la sociedad y de explicarle que todos los problemas que tienen planteados actualmente las naciones catalana y vasca -todos- son consecuencia directa de su subordinación a otro país.
Xirinacs hablaba de la "traición de los líderes" y, al hacerlo, evidenciaba su generosidad. Porque... ¿dónde están los líderes? Gandhi sí era un líder. El hombre que decía "hagas lo que hagas quizá no servirá de nada, pero es muy importante que lo hagas" retornó la libertad a la India. "Pero la India es un país pobre", pensará alguien. Sí, es cierto, la India es un país pobre. ¿Y qué? Los indios no querían la independencia para ser ricos, sino para ser libres. La libertad no da riqueza, la libertad da dignidad.
Por lo tanto, no es por egoísmo, por lo que necesitamos ser independientes, es por solidaridad. Porque no es con el aeropuerto de Barajas ni con les autovías o con el metro de Madrid que queremos ser solidarios, sino con los pueblos que tienen una esperanza de vida de 40 años. La mitad de la nuestra. Necesitamos ser independientes para liberarnos de monarcas que viven a nuestra costa; necesitamos ser independientes para terminar con la subordinación de nuestro Parlamento a la voluntad de otro Parlamento, un Parlamento que ni siquiera nos permite hablar en nuestra lengua.
Ahora, pues, nos toca a nosotros. Nos dirán radicales, no hay duda. Pero nos dirán radicales porque no pueden decirnos nada más. Naturalmente que somos radicales. Somos radicales porque lo contrario de radical es reaccionario. Y son reaccionarios, de derechas o de izquierdas, todos cuantos quieren que Cataluña y Euskal Herria estén eternamente sometidas a la voluntad de sus vecinos. Es, en definitiva, porque somos radicalmente desacomplejados en la reivindicación de nuestros derechos que debemos exigir a nuestros políticos que no dimitan de su catalanidad o de su vasquidad, que no olviden que no es con su partido con quien tienen un compromiso sino con su país. Con su país y con quienes dieron la vida por sus libertades. Porque si no es así, si la historia no cuenta para nada y en nombre de la estabilidad debemos olvidar que fuimos naciones libres y soberanas, ¿qué sentido tienen los actos institucionales de la Diada o del Aberri Eguna? La ambición es legítima, pero el compromiso es noble. Y entre la legitimidad y la nobleza, creo honestamente que hay que escoger la nobleza. Por eso hay que pedir a nuestros políticos que entre la ambición y el compromiso escojan el compromiso.
Se ha dicho que Lluís Maria Xirinacs se suicidó. No es cierto. Xirinacs no se quitó la vida, Xirinacs sólo escogió el lugar donde quería morir, y cuando estuvo allí dejó serenamente que la vida abandonase de su cuerpo. Ese fue su acto de soberanía, ir a encontrarse con la muerte en lugar de esperarla tendido en el asfalto o en una cama de hospital, y éste es su testamento vital: decirnos que somos nosotros, únicamente nosotros, los dueños de nuestro destino.
Racó Català , 17/8/2007 (català)
radiocatalunya.ca , 17/8/2007 (català)
El Punt , 24/8/2007 (català)
Berria , 20/9/2007 (euskara)
Nabarralde , 21/9/2007 (español)