Deporte y simbología nacional

Deporte y simbología nacional
El 26 de noviembre, en Fresno, Estados Unidos, se llevará a cabo la votación que debe decidir el ingreso de Cataluña en la Federación Internacional de Patinaje (FIRS). Si el resultado es satisfactorio se habrá producido uno de los avances más espectaculares en el largo proceso hacia la recuperación de los derechos nacionales de Cataluña. Esta afirmación, no hay duda, puede parecer una boutade. Cuesta creer que el reconocimiento de una simple federación deportiva constituya un logro mayor que el ejercicio del poder en materia de sanidad, enseñanza, cultura, policía propia, etc. Sin embargo, es evidente que ese marco competencial está muy por debajo del poder real de una nación de pleno derecho. No hay que olvidar que la configuración del Estado español en comunidades autónomas no es fruto de una evolución política sino de la necesidad de adaptación de ese Estado a una realidad que no comprende. Es, pues, para frenar la personalidad jurídica de las naciones catalana y vasca en el seno de la comunidad internacional que se articula el llamado Estado de las Autonomías. Y es también con esa intención que España transige en la diferenciación entre nacionalidades y regiones. Prueba de ello es la progresiva equiparación de las regiones a los atributos competenciales de las nacionalidades. Si el término nacionalidad sirve para ocultar la nación (Países Catalanes y Euskal Herria), el término solidaridad oculta el expolio y la subordinación de esos dos pueblos al orden hegemónico español.


Ha sido preciso que un partido independentista llegara al gobierno de Cataluña para que la personalidad jurídica de ese país iniciase vías de normalización en el ámbito deportivo. Aun así, la cerrazón, uno de los rasgos más significativos de la identidad española, permanece inalterable. Lo demuestra el hecho de que sólo esporádicas coyunturas políticas, favorables a los intereses catalanes y vascos, posibilitan logros que una cultura verdaderamente democrática habría considerado prioritarios veinticinco años atrás.

Las presiones españolas al más alto nivel para impedir el reconocimiento internacional de Cataluña en el ámbito deportivo son fruto de esa cerrazón. Por eso carece de importancia que el patinaje, en comparación al fútbol, sea un deporte minoritario, ya que de lo que se trata es de evitar la jurisprudencia ante futuras peticiones de reconocimiento. “El poder político” ya lo ha dicho el presidente de la FIRS, “es un inmenso poder comparado con el deportivo. Cuando interfiere, nosotros quedamos en fuera de juego”. Por suerte la votación es secreta y las posibilidades catalanas siguen siendo altas, pero no es en el absurdo juego de las adivinanzas donde se encuentra el fundamento de este artículo sino, como apuntaba al principio, en la trascendencia del reconocimiento internacional catalán y en las múltiples repercusiones políticas y psicológicas que este hecho, de producirse, tendrá tanto en España como en Cataluña, y por extensión en el País Vasco.



¡Vosotros no podéis tener selecciones deportivas porque no sois una nación!
¿Qué nos falta para ser una nación?
 Esto que tenemos detrás.


Son palabras de José Luis Rodríguez Zapatero: “El escenario en el que Cataluña y España se confronten no se dará jamás ya que la selección española es quien representa al Estado español en las competiciones internacionales.” Por designio divino, se le olvidó decir. Es por esa razón que el señor Zapatero ya ha anunciado que en el caso del reconocimiento de Cataluña, España renunciará a competir con ella. Pero, contrariamente a lo que parece, no es por temor a la humillación deportiva que una potencia mundial en patinaje como Cataluña pueda infligirle, sino por los efectos psicológicos que ese enfrentamiento tendría en el terreno simbólico. Y es que el día en que ese hecho se produzca, especialmente en deportes mayoritarios, la relación entre Cataluña y España no volverá a ser la misma. Ahí radica el verdadero temor de España: en el influjo que sin duda ejercerá la simbología deportiva en la autoestima nacional de los catalanes. España, como Estado que es, conoce muy bien esa simbología porque se vale de ella para reforzar su propia cohesión nacional, es sobre ella que sustenta el esperpéntico precepto de la sagrada unidad, por eso no está dispuesta a permitir la cohesión de catalanes y vascos, porque es incompatible con la suya. Sabe también que no es lo mismo escuchar el himno nacional en actos de orden interno que hacerlo en el exterior ante el silencio respetuoso de miles de personas o ver ondear la senyera en un camping de Tarragona o la ikurriña en un hotel de Donostia que verlas representando a Cataluña y al País Vasco como miembros de pleno derecho en otras latitudes. Las tomas de conciencia ya tienen estas cosas. De repente, Cataluña y el País Vasco se dan cuenta de que el papel que han jugado hasta ahora en las competiciones deportivas no difiere del de los perritos en las exhibiciones caninas: quien se lleva el premio siempre es el amo.

El 26 de noviembre, en Fresno, puede tener lugar el principio del fin de esta injusticia secular. A partir de ese momento, la ambigüedad nacional basada en los sentimientos –“Yo me siento catalán y español” o “yo me siento español y vasco al mismo tiempo”- destinada a perpetuar el marco político español, ya no será posible puesto que deporte y sentimientos van indefectiblemente unidos. ¿Quién de nosotros puede observar un enfrentamiento de Cataluña o del País Vasco con España con la misma indiferencia que si se tratara de un encuentro entre Grecia y Malta? Tarde o temprano debemos elegir, y aquello que elegimos es lo que somos.


Berria , 26/11/2004 (euskara)
Nabarralde , 27/11/2004 (español)
Racó Català , 1/12/2004 (catalán)