Incidente lingüístico en Crevillent

Incidente lingüístico en Crevillent
Soy consciente de que los paralelismos entre el catalán y el euskera, en calidad de lenguas minorizadas, requieren ciertas matizaciones. Quiero decir que aunque son lenguas que luchan por sobrevivir frente el empeño secular español de hacerlas desaparecer, su propia idiosincrasia las lleva a vivir situaciones que no son extrapolables de una a otra. Una de esas diferencias, por ejemplo, es la que afecta al conocimiento que la población catalana y la población vasca tienen de la lengua propia del territorio. Por ejemplo, mientras la inmensa mayoría de los hispanohablantes que viven en los Países Catalanes –sobretodo en Catalunya- entienden perfectamente el catalán aunque no lo usen, no ocurre lo mismo con los hispanohablantes que viven en Euskal Herria. Ello se debe a que la distancia genealógica entre el euskera y el español exige de los hispanohablantes un esfuerzo suplementario que no se da en el caso del catalán. En otras palabras: es muy habitual encontrar personas vascas que no entiendan el euskera, pero es infrecuente encontrar residentes en los Países Catalanes que no entiendan el catalán. Digo esto para que, de acuerdo con la anécdota que voy a relatar, el lector tenga en cuenta las diferencias a la hora de imaginarse la situación en una población vasca y concentre los paralelismos en la reivindicación del derecho de todo ser humano a usar su lengua en su propio país.

Ocurrió el pasado 30 de mayo en el Hotel Las Palmeras de Crevillent, una población del País Valenciano a la cual me había desplazado para presentar mi libro Nosaltres, els catalans invitado por una entidad local. Al día siguiente bajé a desayunar al bar del hotel y pedí 'un cafè amb llet' (un café con leche) a la única camarera que había en la barra, una joven de Rumanía que, según supe después, lleva años viviendo en Crevillent.

- Un cafè amb llet, si us plau. (Un café con leche, por favor.)
- ¿Cómo?
- Un cafè amb llet.
- Será un café con leche –poniendo énfasis en les palabras 'con leche'.
- És el que he dit: un cafè amb llet. (Es lo que he dicho: un café con leche.)
- A mí me habla en español.
- És una ordre? (¿Es una orden?)
- A mí me habla en español.
- No, jo parlo en català. (No, yo hablo en catalán.)
- No le entiendo y no tengo porque hablar catalán.
- Aleshores, si no m'entén, com és que respon tot el que dic? (Entonces, si no me entiende, ¿cómo es que contesta a todo cuanto le digo?)
- Usted tiene la obligación de hablar español porque estamos en España.

Cuando nuestro interlocutor dice esta frase –que es el recurso de la impotencia- es el momento de marchar, porque ya hemos ganado. Todo españolista tiene siempre esta frase en la cabeza, aunque no la utiliza hasta que se siente contra las cuerdas. Yo no me fui porque, aunque mi interlocutora no dejó de descalificarme, terminó por servirme el café con leche. El problema es que en el bar –que no es sólo para los clientes del hotel– había media docena de personas más, todas españolas, incluida una pareja de la Guardia Civil, y todas reaccionaron contra mí. Primero lo hizo un hombre que había a mi lado diciéndome que "Estamos en España" y que yo tenia la obligación de hablar en español porque el catalán, el vasco y el gallego sólo son oficiales en sus 'comunidades'. Le respondí que estábamos en Crevillent y que, al hablar en catalán estaba hablando la lengua de Crevillent. Entonces se vio obligado a recorrer a los despropósitos: que la lengua de Crevillent es el español, que el catalán es una lengua distinta del valenciano y que el nombre de Crevillent es Crevillente.

Fue un café con leche muy accidentado, el mío, porque la camarera, buscando con la mirada la complicidad de los guardias civiles, me decía: "Hablar en español es una cuestión de educación y usted no tiene educación". Naturalmente, tuve que decirle que la única persona carente de educación era ella por negarse a entender –me bastaba con que me entendiera– la lengua del país en el que vive. Entonces, acercándoseme por encima de la barra, me dijo: "Váyase usted a la mierda". Por suerte, los insultos me dejan frío. Pienso que son la expresión de la impotencia y ésta es siempre un espectáculo lamentable. Eso no significa que yo no estuviera nervioso, claro que lo estaba. Mi tren a Barcelona salía de Alacant dentro de una hora y media y si los guardias civiles querían hacerme la pascua no había duda que lo perdería. Finalmente, como era de esperar, intervinieron. Y lo hicieron diciéndome que tenía la obligación de hablar en español. Yo, sin embargo, les respondí que no, que no tenía esa obligación porque estaba en mi país y la lengua que hablaba era oficial en el País Valenciano. També les recordé el articulo 14 de su Constitución, que dice que nadie puede ser discriminado por razón de nacimiento. Después se sumó el guardia jurado del hotel, que se creía que me insultaba llamándome "charnego" media docena de veces, lo cual me obligó a responderle que sus palabras eran indicativas de racismo. Pero no me escuchaba. También se añadió su compañero, que justo entonces entraba para relevarle, y me dijo que los racistas somos los catalanes. Es evidente que no tenía ningún sentido perder más el tiempo en aquella discusión y volví a la habitación, cogí la maleta y me fui. Fue una situación muy desagradable aquella, porque nada habría sucedido si yo, en lugar de hablar en catalán, lo hubiese hecho en francés o en alemán, por ejemplo. En ese caso, la camarera habría hecho lo imposible por entender el significado de 'café au lait' o 'kaffee mit Milch'. Todo ello me recordó el comentario de uno de los asistentes a la presentación del libro, la noche anterior, cuando aludió al hecho de sentirse extranjero en su propio país a causa de conflictos como éste.

Sobre el hecho que acabo de relatar, sin embargo, quisiera destacar tres cosas: que hablé en todo momento en catalán, lo cual demuestra que me entendían perfectamente, que los guardias civiles se comportaron con más corrección que los guardias jurados y la camarera, y que, aunque la procesión iba por dentro y que ellos eran seis y yo sólo uno, salí bien parado gracias a mis convicciones. Les transmitía tanta seguridad en lo que decía –incluso cuando informaba a los guardias civiles que era catalán y no español– que se desconcertaron. De ahí que, a pesar de tratarse de un episodio lamentable, me fuese contento al darme cuenta que lo que me salvó fue la serenidad que transmite la naturalidad. Ellos odiaban mi país y mi lengua, pero yo me defendía con tal convencimiento que se desconcertaron. Si, en cambio, me hubiese mostrado vacilante o intimidado, ellos se habrían envalentonado y ésta seria ahora la crónica de un fracaso. Por eso les estoy agradecido, porque me enseñaron que pocas cosas inspiran tanto respeto como el respeto que una persona siente por sí misma.

e-notícies , 12/6/2008 (català)
Berria , 15/6/2008 (euskara)
Nabarralde , 16/6/2008 (español)