Los delirios de Maragall

Los delirios de Maragall
Decir que Cataluña es uno de los países en los que el sentimiento de culpabilidad está más extendido es casi una obviedad. Es la consecuencia lógica de tres siglos de colonización política, social y cultural. No hay ninguna persona ni pueblo que resista la frustración constante de sus anhelos ni la humillación sistemática de su personalidad. La pasividad cómplice del gobierno catalán y de una parte de la ciudadanía ante el proceso de sustitución de la lengua catalana son una prueba de ello. De ahí que el complejo de culpa haya terminado por convertirse en un rasgo de la identidad nacional de Cataluña y que el acto de pedir perdón forme parte de la cotidianeidad de los catalanes. Lo hizo Jordi Pujol en diversas ocasiones, lo ha hecho Pasqual Maragall al llegar a la presidencia y lo ha hecho también Josep-Lluís Carod-Rovira. Recordemos, de este último, sus famosas disculpas por haber manifestado que Madrid, la capital de un Estado que se comportó tan antideportivamente en Fresno, coaccionando a los países que iban a votar a favor de la selección nacional catalana, jamás debería ser sede de unos Juegos Olímpicos. Pues bien, a pesar de que estas palabras respondían a un sentimiento generalizado en Cataluña -hasta el punto de que la candidatura de Londres-2012 contaba con miles de voluntarios catalanes-, Carod pidió perdón.


Así las cosas, no sólo parece lógica la corriente de simpatía que existe entre Pasqual Maragall, Esperanza Aguirre, José Bono y Juan Carlos Rodríguez Ibarra, también se comprende mejor el hecho de que seis años atrás Alejo Vidal-Quadras (del Partido Popular), pidiera en Cataluña el voto para Maragall (del Partido Socialista). Y es que aunque lo expresan de manera distinta, Maragall, Vidal-Quadras, Aguirre, Bono y Rodríguez Ibarra comparten la misma ideología política. Las diferencias que separan al primero de los otros son sólo de matiz no de raíz. Por eso provocan tanta hilaridad en Cataluña los políticos y periodistas de Madrid que ven en el presidente catalán a un peligroso catalanista.

Si saco a colación este aspecto de la personalidad de Maragall es para que el lector se dé cuenta de la malignidad que encierran estas palabras suyas: "Si Cataluña avanza, los vascos están salvados. [...] Dado que Cataluña no dice claramente que no es el País Vasco y que no quiere lo mismo, en Madrid tienen la sensación de que lo que se haga en Euskadi con el fin de que esto termine [la hipotética aceptación española de ciertas reivindicaciones vascas] es lo que los catalanes exigirán después. Quizá con el País Vasco se puede hacer una excepción porque siempre ha sido así y no ha pasado nada. Pero no se podrá resolver el tema vasco excepto si Cataluña se adelanta y dice que quiere una cosa diferente. Cataluña no quiere abandonar España, quiere estar en una España diversa de pueblos que quieren ir juntos. [...] La libertad no se obtiene encerrándose uno en sí mismo sino situándose con los otros pueblos de España y de Europa, entre los que conducen el tren". Es toda una declaración de principios, ¿verdad? De principios españoles, claro. El día que se cree el Archivo Catalán del Autoodio, Maragall tendrá una planta entera para él.

¿Desde cuándo la independencia de una persona o de una colectividad supone un cierre y un rechazo al resto del mundo? ¿En que tratado de filosofía está escrito que el acto de madurez que comporta toda declaración de independencia es intrínsecamente insano? ¿No es altamente sospechoso que esta insania sólo afecte a las naciones sin Estado, nunca a los Estados? ¿No son las Naciones Unidas y la Unión Europea un club de Estados? Quizá deberíamos preguntarnos de qué privilegios deben disfrutar los que pertenecen a ese club para mostrarse tan reticentes a la admisión de nuevos socios. La iniquidad de las palabras de Maragall, sin embargo, no se encuentra en su superficie sino en el mensaje subyacente que contienen. Y es que es lamentable que la autofobia pueda llegar, como en este caso, a los sibilinos extremos de no tener escrúpulos a la hora de dinamitar las relaciones entre Cataluña y el País Vasco con tal de favorecer los intereses del Partido Socialista. Cuando Maragall dice que el gobierno español no abordará el conflicto vasco hasta que no tenga la garantía de que Cataluña no tiene las mismas aspiraciones que los vascos, está introduciendo en los vascos la idea de que los catalanes son los culpables de la encrucijada en que se encuentran. Es a decir, que la paz y la recuperación de los derechos nacionales del País Vasco no dependen de España sino de Cataluña. Maragall va más lejos, no obstante. Como buen colaboracionista, está a favor de todas las libertades menos la de su país. Por ello considera que "con el País Vasco se puede hacer una excepción". Con Cataluña, en cambio, hay que tener mano dura. Hay que obligarla a proclamarse española y a renunciar definitivamente a la autodeterminación. Entonces los vascos "estarán salvados".

¿Lo saben, los vascos, la pitada unánime y estentórea que se escucha en el Camp Nou cada vez que Pasqual Maragall aparece en la tribuna antes del comienzo de un partido de la selección nacional de Cataluña? 

Berria , 18/8/2005 (euskara)
Nabarralde , 18/8/2005 (español)
El Punt , 28/9/2005 (catalán)