"No me hable usted en su lengua, que me ofende"
La técnica, que siempre ha evolucionado mucho más deprisa que el nacionalismo español, hace tiempo que inventó una cosa conocida como traducción simultánea. Gracias a ella, por medio de unos sencillos auriculares, un griego puede responder a la pregunta de un maltés y un maltés puede hacer lo mismo ante la interpelación de un danés. Y eso es así porque dichas personas, en las sesiones parlamentarias, no hablan en su nombre sino en el de sus países y son sus derechos lo que allí ejercen. Es una cuestión de principio: Si toda unión se fundamenta en el respeto a la diferencia, ¿qué clase de unión es esa en la que no se respeta la lengua de uno de los integrantes?
Cuando el señor Zaplana define la lengua española como “la que nos une”, cae en una trampa semántica que revela el subconsciente colectivo español. Y es que el discurso de la supuesta españolidad de Cataluña y del País Vasco sólo se sustenta por los privilegios de que disfruta la lengua española en esos dos países. Ahí termina todo. Es, por lo tanto, valiéndose de la fuerza que los españoles ejercen el privilegio de no hablar otra lengua que la suya ante catalanes y vascos mientras que éstos tienen estigmatizado el uso de la propia ante españoles. Alejo/Aleix Vidal-Quadras –equivalente catalán de autofóbicos vascos ilustres como Mayor Oreja, Jon Juaristi o Rosa Díez- lo expresaba de manera muy clara hace unos días: “No hay que ofender a España hablando catalán en el Congreso.”
Pues bien, dejando al margen el obstáculo que supone para Cataluña y el País Vasco su anexión a España, no hay duda de que es en su propia lengua que deben expresarse catalanes y vascos en las Cortes y en el Senado. No importa que se les acuse de provocación. Sólo alguien profundamente reaccionario puede sentirse provocado por algo tan natural. Al fin y al cabo de eso se trata, de ponerles en evidencia utilizando sus propios argumentos. Si catalanes y vascos somos españoles y España es nuestro país, ¿cómo es posible que no podamos expresarnos en nuestra lengua en unas instituciones que son tan nuestras como suyas?
Al final, desgraciadamente, lo que queda al descubierto es que el problema no es lingüístico sino fóbico. Porque no es que no entiendan el catalán –antes se les facilita la traducción escrita-, es que no lo soportan. Por eso me han parecido muy ingenuas por parte de Esquerra Republicana las esperanzas depositadas en los socialistas a la hora de defender la oficialidad del catalán en Europa. ¿Con qué convicción va a defender la lengua catalana alguien que la desprecia hasta el punto de prohibirla? La oficialidad del catalán y del euskera en Europa no será jamás “gracias” a España sino “a pesar” de España. Por eso hay que perseverar en la estrategia de hablar en catalán y en vasco en las instituciones del Estado; hay que ofenderlos –si así es como lo viven-, irritarlos y exasperarlos hasta el infinito. Cada nueva prohibición, recriminación o amonestación es un paso más hacia el acto de justicia final.
En este sentido, deberíamos preguntar al presidente del Senado, Javier Rojo, a qué se refiere cuando dice que después de 25 años de la creación del Estado de las autonomías, hay mecanismos suficientes para demostrar que se habla y se ama una lengua. La verdad es que hacen falta grandes dosis de cinismo para decir algo así, de cinismo y de ignorancia. De hecho, desde la buena fe, sólo un ignorante puede pensar que los catalanes y los vascos hablamos catalán o euskera no porque sea nuestra lengua sino para demostrar que la amamos. Los españoles, en todo caso, siempre han tenido una manera mucho más particular de demostrar el amor que sienten por la suya, y es imponiéndola a aquellos que tienen otra como propia.
Por eso, cuando los presidentes de las Cortes y del Senado exijan que nuestros representantes se atengan a los reglamentos en materia lingüística, hay que recordarles que el derecho a usar la lengua propia en el propio país es un derecho humano fundamental y que este principio está por encima de los reglamentos y de la Constitución española. España ratificó en su día la Declaración Universal de los Derechos Humanos y su rango es superior a todas las leyes, normas y reglamentos internos estatales, lo cual significa que es un error solicitar la posibilidad de expresarse en catalán o en vasco. Un derecho que debe solicitarse no es un derecho, es un privilegio. Y puesto que en España sólo los españoles tienen derechos, es de agradecer que reconozcan, aunque sea de manera tan poco amable, que los catalanes y los vascos somos sencillamente eso: catalanes y vascos.
Berria , 3/7/2004 (euskara)
Nabarralde , 5/7/2004 (español)
Racó Català , 6/7/2004 (catalán)
El Punt , 19/8/2004 (catalán)
Llengua Nacional , núm. 48, III trimestre 2004 (catalán)
AixòToca , 18/2/2006 (catalán)
Eurotribune.net , 9/3/2006 (catalán, inglés, español, francés)